Juéves de la II semana de Adviento (año B)

Mt 7,21.24-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– «No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»

 

«No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo». Hoy me paro delante de este texto y vuelvo a leerlo más y más veces como el que quiera bajar en el profundo.

Jesús, ¿qué me estás diciendo? ¿Que quieres enseñarme?

Para mi poder invocar tu nombre es oración. Te siento cerca, te veo como mi refugio. Muchas veces mi oración se limita a estas palabras, no para pedir sino solo saber que estás ahí y escuchas mi voz, mi grito llamando: «Señor, Señor»; a veces con sentimientos de alegría o de dolor, pérdida, o miedo , o duda, o soledad o simplemente deseo de Ti.

¿Ese «no todo…» a quien excluye y porqué? Hacer tu voluntad tantas veces no me queda fácil porque mi humanidad sujeta al pecado a menudo se pone rebelde y como decía san Pablo así me pasa a mí: «porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero«(Rm 7,18-19).

«No todo el que dice […], sino el que hace«. La diferencia entre estos dos conceptos que destaco es que se puede «decir» algo sin creer, sin sumergirse en esa realidad, sin asumirla. Al contrario algo que se «hace» es algo que te envuelve, implica participación, entra en simbiosis contigo, un lanzarse en esa dimensión aunque el resultado no será de los mejores.
Jesús en otro pasaje del Evangelio se define que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14.6). Él es el Reino de los Cielos en la tierra (cf. Mt 12,28). Jesús nos pide que le sigamos (en el discipulado), que nos unamos a Él (en la oración), que nos alimentemos de Él (a través de la Palabra y la Eucaristía). Los «excluidos» a quienes se refiere el Evangelio, son los que recurren a Cristo («Señor, Señor«) pero no quieren vivir por Cristo, con Él y en Él y se autoexcluyen del Reino de los Cielos porque el «Reino es Jesucristo mismo».
Quién es capaz de entender este mensaje ha descubierto la mejor manera de vivir su vida: es sabio, no titubea y no sucumbe en las pruebas de la vida. Será feliz en la tierra y reconoce el Cielo como su patria porque «edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca«.

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