– «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»
Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó:
– «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
– «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo:
– «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
– «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
– «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
…Esta lectura me remonta a muchos momentos de mi vida, porque la recuerdo como parte de mi infancia; en la iglesia; en las clases de religión del colegio; alguna vez con mis padres y hermanos. Nunca llegue ver o entender algo más allá, que otro momento especial e intenso de predicación, donde se produjo el milagro más famoso y que todos conocemos de Jesús. Nunca a nadie, ni a otros sacerdotes, escuché nada, ni siquiera parecido, a la interpretación tan profunda, tan llena de Dios, tan repleta de la fuerza de la fe cristiana, que tú nos has regalado. Gracias hermano por interpretarnos el mapa de nuestra fe, por ser guía y brújula en la dirección que debemos seguir…